Descripción
Si el lenguaje fuera una casa, resultaría entretenido imaginar los espacios. Como una cámara subjetiva, flotar por los diversos rincones de la casa de las palabras y sentirse inmerso en ellos. Pensemos que esa misma casa es la de la memoria; digamos, supongamos, que la memoria y el lenguaje comparten casa, como una pareja, y que la poesía es una colección de objetos extraños que invaden todos los espacios de esa casa. Siguiendo así el recorrido, Leprosario se antoja como un objeto antiguo, quizá; como una fotografía sepia de alguien o de algo que la memoria reconoce, pero no la consciencia. Jung le llamaría monstruosa a esa sensación encontrada del recuerdo no consciente. Y se antoja pensar que Yuré, el poeta, se puso a recolectar objetos del sótano, del ropero que siempre está cerrado, de los cajones olvidados; el poeta trazó desde la sombra de aquella casa una nueva colección de objetos-palabras-sensaciones, y se sentó en una mesa frente a la ventana, y quizá leyó este fragmento de Baudelaire: No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, tenebroso y deslumbrante que una ventana tenuemente iluminada por un candil. Lo que la luz del sol nos muestra siempre es menos interesante que cuanto acontece tras unos cristales. En esa oquedad radiante o sombría, la vida sueña, sufre, vive.
Julio Serrano Echeverría
